Limpian la basura, desplazan a los mendigos, se ponen sus mejores zapatos y los espectadores salen de las tiendas de campaña. Todo está listo para empezar el partido de fútbol que a diario juegan en el campo de inmigrantes de Oulad Ziane en la ciudad marroquí Casablanca.
«Nos organizamos entre comunidades, jugamos por equipos de cinco o seis en el terreno, en condiciones que no están a la altura, entre la basura, pero de todos modos jugamos. Jugamos por placer, para olvidar», explica Djabel Niang.
Vestido de color naranja y con rastras, este senegalés de 21 años dejó Dakar hace casi dos años y medio, con un gran sueño: «Alcanzar a cruzar» el Mediterráneo y «una vez del otro lado, sumarme al Real Madrid, Inchallah (si Dios quiere).
«El fútbol, es lo mío», aclara.
El campamento de Oulad Ziane, situado cerca de una estación de buses en Casablanca, alberga bajo un penetrante hedor a inmigrantes subsaharianos que se dirigen a Europa, regresan del sur o son expulsados del norte. Su población fluctúa según las estaciones, su pequeño campo de fútbol es más o menos estrecho pero se hace lugar entre las tiendas de campaña.
Las diferentes comunidades, malienses, burkineses, senegaleses, marfileños, cameruneses y guineanos, tienen cada uno su «presidente» y su equipo.
«Nos entrenamos todos los días, cada tarde», explica en medio del campo el camerunés Chancelin Njike, de 25 años, de pelo rapado y voz tímida a pesar de su cuerpo atlético.
– ‘Pequeños torneos’ –
El partido comienza después del calentamiento. Los mejores equipos llevan puestas viejas camisetas con los colores del AC Milan, del Real Madrid, del equipo nacional marroquí o del Wydad de Casablanca. Los otros se las arreglan. «No es fácil buscar ropa para jugar al fútbol, no tenemos trabajo ni familia», dijo Djabel.
Como todos los que están en el campamento, vive el día a día y no quiere llamar la atención, sobre todo la de los policías que patrullan los alrededores permanentemente. Las relaciones con los habitantes del barrio son también complicadas. Algunos les llevan ropa o comida, otros «no quieren inmigrantes » allí y se acercan para confrontarlos.
A falta de silbato, el árbitro golpea el suelo con una botella de plástico para señalar las faltas. Fuera del terreno, la vida sigue su rutina, con los pequeños comercios dedicándose a lo suyo, un cocinero amasa sémola, un carpintero arma objetos, los niños de la calle huelen pegamento
«Con frecuencia organizamos pequeños torneos entre nosotros para animarnos, a veces jugamos sólo para divertirnos», sostiene Chancelin. Este joven jugaba en la tercera división de Camerún, pero abandonó su país en junio de 2015 tras cursar un bachillerato deportivo. «Mi esperanza es entrar (en Europa) para poder entrenar, jugar y tener un buen nivel».
– ‘Jugar en un gran club’ –
Pero Chancelin no ha tenido suerte. Cuando describe su viaje le tiembla la voz. Vivió durante meses en una selva en el norte de Marruecos, sin lograr «encontrar la falla» para lograr saltar la barrera que rodea el enclave español de Melilla. Casi se ahogó dos veces, vio morir a dos de sus amigos intentado cruzar el mar abordo de una embarcación zodiac.
Pero no pierde la esperanza. Dos de sus camaradas de la Academia de Fútbol lograron pasar y «juegan en Nancy, en Francia». Quiere hacer como hicieron ellos pero «es demasiado difícil, ya hay suficientes» y quiere volver a su casa. «He perdido dos años de mi vida», afirma sacudiendo su cabeza.
Constand Ndassongue, de 19 años, también camerunés, ha «hecho tres intentos» para cruzar a Europa. Su objetivo es «poder jugar en un gran club. Lo que menos importa es el país, siempre y cuando pueda brillar», dice este chico que juega de lateral izquierdo como el brasileño Marcelo, su ídolo.
«Cuando no juego paso mi tiempo haciendo deporte», cuenta. Para mantenerse en forma, corre tres veces por semana «ida y vuelta hasta la medina», la vieja ciudad de Casablanca.
Al final, ese día, el equipo de Camerún fue derrotado por Guinea 2-0, después de haber perdido unas buenas oportunidades de gol.
Después del partido se sabrá que dos de los mejores cameruneses fueron expulsados en Agadir, desplazados por la policía en el sur del país.