Un nuevo informe de la ONU destaca que el número de hambrientos continúa creciendo por tercer año consecutivo. Los fenómenos climáticos extremos, los conflictos o la desaceleración económica entre los principales causantes del fenómeno. América Latina, donde un 6,1% de la población está subalimentada, sigue la tendencia mundial, debido en gran parte a la situación en Venezuela.
Aproximadamente, una de cada nueve personas en el mundo padeció hambre el año pasado.
Dicho de otra manera, el número de personas subalimentadas o que sufrieron una carencia crónica de alimentos durante el año pasado ascendió hasta los 821 millones, 6 millones más que las registradas en el anterior informe sobre el Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo que se ha presentado hoy en Roma.
Según el estudio conjunto de varios organismos* de las Naciones Unidas, el número de personas que sufren hambre ha crecido durante los últimos tres años, volviendo a situarse en los niveles de hace una década, y además la situación está empeorando en la mayoría de las subregiones de África, se está ralentizando “considerablemente” en Asia y está empeorando en América del Sur.
El director adjunto de la división de la economía del desarrollo agrícola de la Organización para la Alimentación y la Agricultura (FAO), Marco Sánchez Cantillo, señaló que estás carencias se deben a varios factores dependiendo de la ubicación geográfica, como por ejemplo los conflictos, pero que en América del Sur un elemento muy importante fue la desaceleración económica.
“En América del Sur hay varios países que están percibiendo un rezago económico vinculado con los precios internacionales de los productos básicos que exportan. (Ese rezago) Ha impactado en las finanzas públicas y en los ingresos tributarios que estas naciones venían destinando a los programas de protección social“.
Además los ingresos en las exportaciones venían generando divisas que se usaban para importar alimentos, por lo que al verse limitada esta fuente de ingresos, aumentan los problemas para la seguridad alimentaria.
En todo América Latina y el Caribe, 39,3 millones de personas, un 6,1% de la población, estaba malnutrida en 2017 frente a los 38,9 millones en 2016. La desaceleración económica se ha sentido especialmente en el caso de Venezuela, donde la tasa de prevalencia de personas subalimentadas fue en 2017 del 11,7%, unos 3,7 millones de personas. Una tasa superior, por ejemplo, a la que registró en 2006, cuando fue del 10,5%.
El clima, clave para el aumento del hambre
El estudio destaca que la variabilidad y las condiciones extremas climáticas son los principales factores responsables del reciente crecimiento del hambre a nivel mundial y una de las causas principales de las últimas crisis alimentarias.
El impacto de los eventos climáticos fue otro factor a la hora de estudiar el hambre en América Latina. Sánchez puso como ejemplo la sequía provocada en América Central por el fenómeno El Niño, especialmente durante los años 2015 y 2016, en El Salvador, Guatemala, Honduras.
“Los efectos de la sequía fueron graves y prolongados, con un inicio tardío e irregular de las lluvias, precipitaciones por debajo de la media, temperaturas por encima de la media y niveles de los ríos entre un 20% y un 60% por debajo de lo normal”, se lee en el estudio.
La sequía, una de las peores en los últimos 10 años, redujo significativamente la producción agrícola, con pérdidas estimadas de entre el 50 y el 90% de las cosechas.
El ministerio de Agricultura de Guatemala estimó que se perdieron 82.000 toneladas de maíz, valoradas en casi 31 millones de dólares; se perdieron 118.200 toneladas de frijol negro, con un costo de 102,3 millones de dólares y más de 3,6 millones de personas necesitaron ayuda humanitaria como resultado de esta sequía.
“Son países donde la agricultura sigue teniendo un papel muy importante y ésta es altamente sensible a los cambios climáticos. Las temperaturas anómalas asociadas con este fenómeno afectan al rendimiento agrícola y son fenómenos que terminan incidiendo en la salud y en la nutrición”, destacó.
El informe busca entender cómo los eventos climáticos afectan al hambre y a la nutrición. Una situación que afecta a “los pilares de la seguridad alimentaria” como la disponibilidad de alimentos y su acceso, utilización y estabilidad.
Ante este escenario, Sánchez destacó la necesidad de plantear estrategias como, por ejemplo, promover la capacidad de adaptación a las situaciones climáticas adversas a través de una serie de elementos.
“Contamos con el conocimiento y las herramientas para comenzar a atender esa prioridad. Existen herramientas como los sistemas de seguimiento y alerta rápida relativo a los riesgos climáticos, la protecci’on social, la infraestructura a prueba del clima, los mecanismos de manejo más eficientes del agua y la diversificación de cultivos, y se ha comprobado que tienen un efecto importante”, destacó.
El retraso de crecimiento infantil sigue alto
Pese a contabilizar ciertos progresos en la reducción del retraso del crecimiento, el reporte indica que los niveles son “inaceptablemente elevados”, con casi 151 millones de niños menores de cinco años afectados a nivel global.
“Los niños afectados por bajo peso para su talla presentan un mayor riesgo de muerte. En 2017, el 7,5% de los niños menores de cinco años sufría esta forma de desnutrición; la prevalencia regional iba del 1,3% en América Latina hasta un 9,7% en Asia”, señala el estudio.
Asimismo, la obesidad en adultos continúa creciendo y más de uno de cada ocho, o lo que es lo mismo más de 672 millones de personas, son obesos. El reporte destaca que la inseguridad alimentaria contribuye al sobrepeso y la obesidad, así como a la desnutrición, y que coexisten altas tasas de estas formas de malnutrición en muchos países.
Sánchez explicó que el aumento de la obesidad sigue al alza en la región entre los adultos en Centroamérica y, especialmente, en Sudamérica
El informe analiza los posibles vínculos entre el acceso no adecuado a los alimentos y las múltiples formas de malnutrición, entre ellas la obesidad.
“El elevado costo de los alimentos más nutritivos lleva a las personas a consumir los productos menos costosos que suelen ser aquellos de alta densidad calórica y bajos en nutrientes, el estrés de vivir en condiciones de inseguridad alimentaria y la adaptación psicológica ante las restricciones alimentarias y los desórdenes de los patrones de consumo alimentario que pueden conducir a cambios en el metabolismo que favorecen el sobrepeso y la obesidad”, destacó Sánchez.